martes, 12 de mayo de 2009

Nombre propio

Últimamente le estoy dando bastantes vueltas al tema del nombre que tenemos cada uno. Ayer leía en el blog Bienvenidos a la fiesta una entrada sobre este tema, que citaba a Romano Guardini en un pasaje que desconocía... y oh providencia, como basta que empieces a pensar en un tema para que todo te lleve a él, encontré después las palabras pronunciadas por el Papa en su primer día en Jerusalem:

"Yo he de darles en mi casa y en mis muros un monumento y un nombre... les daré un nombre que no será borrado, que nunca será cancelado" (Isaías 56, 5).
Este pasaje, tomado del Libro del profeta Isaías, presenta dos frases sencillas que expresan de manera solemne el significado profundo de este lugar venerado: yad, "memorial"; shem, "nombre". He venido aquí para detenerme en silencio ante este monumento, erigido para honrar la memoria de los millones de judíos asesinados en la horrenda tragedia de la Shoá. Perdieron la vida, pero no perderán nunca sus nombres: están indeleblemente grabados en los corazones de sus seres queridos, de sus compañeros de prisión, y de quienes están decididos a no permitir nunca que un horror así pueda volver a deshonrar a la humanidad. Sus nombres, en particular y sobre todo, están grabados para siempre en la memoria de Dios Omnipotente.
Uno puede despojar al vecino de sus posesiones, de las oportunidades o de la libertad..., se puede tejer una insidiosa red de mentiras para convencer a los demás de que ciertos grupos no merecen respeto. Y, sin embargo, por más que se esfuerce, nunca se puede quitar el nombre de otro ser humano."


A veces la escritura es un remedio, una forma propicia de salvar un puñado de nombres propios del olvido. Y sin embargo, aún cuando no haya escritura, qué consolador saber que ningún nombre se olvida: permanecemos en la mente de Dios, desde siempre y para siempre. Desde muy pequeña recuerdo este temor a olvidar, y cómo una de las formas que tenía de pensar en Dios era así, como la Gran Memoria.

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