Desde que empecé a conocer mejor a Mar, la apodé así para mis adentros. Ella es la mulier fortis en la que pensaba el autor de los Proverbios, vamos, el Espíritu Santo cuando le inspiraba, siglos y siglos antes de que naciera. Porque así es Dios, que para Él no hay tiempo.
Cuando supe -el martes por la mañana- que su padre estaba en la UCI y que el pronóstico era francamente malo, pensé qué pasaría si su padre moría: si se derrumbaría y la vería "por los suelos", deshecha, por primera vez en los seis años que dura nuestra amistad. Hubiera sido lo lógico, además, porque un padre es un padre, y que se vaya de forma tan inesperada... No tenía imágenes en mi cabeza para componer un cuadro de Mar hundida por la pena, pero me parecía era la reacción normal.
A mediodía del martes, recibimos un mensaje suyo en el móvil, todos los amigos. "El Padre ha pensado q esta mejor con El ya. Encomendarle! Para q se reuna sin tardar mucho! Un beso!" Ni Pablo ni yo -que estábamos juntos, tras haber asistido a la Misa ofrecida por su padre, qué gozada trabajar en la uni- entendimos el mensaje.. Y mira que era sencillo. Mar nos comunicaba que Dios Padre había llamado a su padre -Ramón- y nos pedía oraciones para que su padre se viera pronto purificado de todas sus culpas y abrazado por Dios en persona. Tal finura y visión teológica, en el ratito siguiente a enterarte de que tu padre ha muerto...
Cuando llegamos al tanatorio, primera hora de la tarde, la encontramos serena. Con mucha pena, pero muy serena... Nos abrazó largo, a mi hermana y a mí, y nos dijo sólo: "La vida..."
Celebramos Misa allí, en la salita del tanatorio. Ella leyó a San Pablo ("unos morirán, otros no, pero todos seremos transformados..." cuando resuenen las trompetas y venga el Señor en su gloria), María cantó como los ángeles, el Evangelio -¡cómo no!- nos llevó al mar de Galilea, el lugar preferido de Mar en Tierra Santa. Donde el encuentro con el Señor se produce en lo más sencillo, en lo cotidiano.
Su madre y sus hermanos estaban rotos de dolor, como es lógico. Mar sosteniéndoles, empeño en el que le ayudó su hermana María Olga, recién llegada de Francia con su hábito y su sonrisa -inseparables-, un bálsamo de paz toda ella. Su familia se le agarraba como si se estuvieran hundiendo.
El tanatorio se llenó, familia y amigos, todo Toronto y los compañeros de trabajo de Mar -en pleno. Y ahí fuímos viendo como su pena pequeña se evaporaba, para atender a éste, cuidar de aquél, saludar al otro... volvieron su mordacidad habitual, los comentarios ingeniosos tan suyos: "A ver si nos ponemos ropa holgada ya, yo te puedo prestar algo..." le decía a Blanca, embarazada de tres meses. A su hermana le presentaba a un compañero de trabajo: "Es argentino, no es que hable así de mal español..."
Al día siguiente -ayer- en el entierro, este desvivirse por todos se hizo aún más acusado. "Tú no te juntes con mi madre, que no te conviene" le decía a nuestra amiga que acaba de perder a su hermana. Supervisó las canciones, todos los detalles... hasta la tumba fuímos cantando las letanías de los santos. Y ella cuidando de todo, firme y serena, sosteniendo a sus hermanos y a su madre. Creo que el hábito de no pensar en ella misma lo tiene tan interiorizado que le salía natural todo... también quedarse sola hasta que terminaron de tapar el féretro, también esperar a que su familia se alejara para repartir las flores: para Sara, para la madre superiora de su hermana, para el sagrario de casa de María (que vino de nuevo a cantar)... "Mi padre decía que las flores, en vida. Ahora, no las vamos a dejar aquí pudriéndose..."
Nos sostuvo a todos hasta el final, hasta que nos subimos en los coches para irnos. Chinchó a su hermana, organizó a los suyos, preparó. Y yo sólo cuando enfilaba el camino a casa caí en la cuenta: durante dos días ella nos había vuelto a sostener. En su fe firme descansamos todos.
"¡Muchas mujeres han dado pruebas de entereza, pero tú las superas a todas! Engañoso es el encanto y vana la hermosura: la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entreguénle el fruto de sus manos, y que sus obras la alaben públicamente" (Prov, 31, 29-31)
Creíamos que íbamos a un velatorio/entierro y resulta que fuímos a una escuela de fe.
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