martes, 17 de mayo de 2011

En la Iglesia

Como tengo un hueco entre reuniones y gestiones (cuando salgo una mañana de la oficina vuelvo a experimentar la misma sensación que cuando de pequeña salía de excursión por Madrid con el cole) me acerco a una iglesia, a ver si hay suerte y está abierta, para rezar un rato.

En la puerta, sentado al sol sobre un poyete de piedra, un señor mayor rellena crucigramas. Le pregunto: "Está cerrada, pero va a abrir ahora mismo, a las once y media". Así que espero, de pie a su lado. A los pocos segundos, me tiende la mano en la que sujeta una pulsera: "Toma. Es la pulsera de moda, con el Padrenuestro escrito". Le doy las gracias, me la pongo en la muñeca, bromeo un poco. Al minuto, me vuelve a tender la mano con otra pulsera: "Es la mano de Santa Gema. El ojo se mueve: que no te dé miedo si lo miras por la noche". Me quejo: dos pulseras en dos minutos es demasiado. Piropea educadamente, como los señores de antes, lo del piropo es un arte que se ha perdido, ya nadie joven sabe hacerlo sin ofender. Para convencerme, añade a los piropos una pregunta:

-"¿Qué nos dijo Jesús?"

Titubeo:

-"¿Dad y se os dará?"

Me mira, defraudado porque voy a entrar en la iglesia y no sé eso:

-"Que fuéramos amables unos con otros, nos dijo. Anda, reza por mí, que me hace mucha falta."

Abren la iglesia pero no se mueve. El sacerdote me dice, bajito, mientras entramos:

-"Es terrible. A todas las mujeres les da pulseras".

(Así que cada mañana va a la iglesia pero no entra... se sienta fuera a resolver sudokus, o lo que sean, y a repartir pulseras a las mujeres que llegan)

Soy la única rezadora por poco tiempo. Enseguida entra una señora muy mayor, anciana. Deja el bolso en el segundo banco y sube al altar, donde acaricia al Niño Jesús como si fuera un niño de verdad, y besa los pies al Crucificado. Se acerca al ambón y lee la antífona del santo en voz alta, pero para ella: "Mi alma tiene sed de tí, Dios vivo", y luego lo paladea: "sed de ti... mi alma. Sed de ti tiene mi alma. Mi alma. Dios vivo. Sed de ti."

Creo que el Señor me ha traído hoy aquí para que aprenda a hacer oración. Porque desde la puerta de entrada, y con el único intervalo de la lectura en voz alta de la antífona, esta señora no cesa de repetir:

"Muchísimas gracias, Dios mío... muchísimas gracias".

Y esta es su oración, durante media hora. Reza un padrenuestro y un avemaría, también, pero el resto del tiempo, muy bajito, pero enamorada y convencida, musita su cantinela, que se me queda grabada:

"Muchísimas gracias, Dios mío, muchísimas gracias".

Yo también querría llegar a la vejez con esas palabras tan interiorizadas que me salieran solas, toda la sustancia de mi vida puesta ante el Señor, así. Vivir y morir repitiéndolo.

sábado, 14 de mayo de 2011

San Isidro

Siempre llueve el día de San Isidro. El personal se enfada, pero no tiene razón: tantos siglos sacándole en procesión, haciéndole rogativas, a ver si llovía para las cosechas, y ahora que por fin le ha quedado claro que el mejor regalo que puede hacernos es la lluvia... nos enfadamos porque ya nadie cultiva nada en la ciudad que un día habitó, y luce orgullosa su patronazgo.

martes, 3 de mayo de 2011

Yo estuve allí...

... y ahora tengo una mezcla de sueño y cansancio que me impide contarlo como la ocasión merece.

Pero, seis años después, volví a la plaza de San Pedro a encontrarme otra vez con Juan Pablo II. Entonces, hace seis años, me impresionó cómo la ausencia física no era la última palabra, cómo el espíritu de nuestro Papa Juan Pablo se hizo presente entre nosotros. Antesdeayer, volví a experimentar la forma nueva en que están los que se van: enganchados en nuestra fe, entretejidos en nuestra devoción.

No es un piadoso recuerdo, no es que estén vivos en nuestros corazones, ni es exacto decir que vivirán mientras pensemos en ellos o recordemos lo que hicieron. Están vivos en el que vive [el Viviente], de una forma que no podemos ni imaginar ("en cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos", así de exactamente expresó nuestro Papa Benedicto la distancia que nos separa de los que se han ido, lo que no cabe en nuestra pequeña cabecita).

Después de tres horas de empujones y asfixiante espera entre la masa anhelante (mi hermana inventó una nueva advocación para la Virgen, mientras rezaba las letanías del Rosario: "Reina de los oprimidos") pudimos al fin arrodillarnos ante el cuerpo que hace seis años soltó su espíritu de pescador universal, y comencé mi lista interminable de intenciones que pedir al nuevo beato. "Ahora te estrenas como beato, a ver cómo te portas" le dije. Me pareció entrever su sonrisa irónica, cientos de miles de personas desfilando todo el día ante sus reliquias, millones de personas que hemos ido a lo mismo durante estos últimos seis años, cientos de millones que le habrán rezado desde sus casas, sin desplazarse al Vaticano:
-"¿De verdad crees que me estreno ahora...?"

Ha sido un viaje TAN especial, y no sólo (¡¡¡pero también!!!) porque fuera mi regalo de pedida.