viernes, 20 de abril de 2012

El hábito que hace al monje

Muchos años antes de la dichosa crisis, sus amigas ya la calificaban de mujer de carácter. Años antes de que la dejara Mariano, antes aún de quedarse en paro, por supuesto cuando todavía no había montado aquella empresita que enseguida quebró.
Cuando comenzaron las visitas de los acreedores, no se arredró. Compró un aseado uniforme en una tienda de un barrio humilde ("Ropa de trabajo" decía el cartel) y todas las mañanas a las nueve se lo ponía y limpiaba la casa, de arriba abajo. Con él puesto abría la puerta, contestaba el teléfono: "no, la señora no está... no, el señor hace años que no vive aquí... sí, qué me va a contar a mí, que no sé los meses que hace que no cobro mi sueldo".
Por las noches se ponía uno de sus vestidos de cóctel e invitaba a un gin tonic a sus amistades, que por supuesto venían cenadas. Hablaban de temas ligeros, moda, viajes, recuerdos. Solían acabar, cómo no, hablando de la dichosa crisis: "qué situación, parece que no vamos a salir nunca de este hoyo..."