La buena noticia (y muy sorprendente, además) es que fuí al Real a ver una ópera y disfruté. A Emilio Sagi se le había ocurrido la novedosa idea de vestir a los personajes de lo que eran, esto es: que los condes de Almaviva estaban vestidos como condes del siglo XVIII, que es lo que eran; y Susanna y Fígaro como sus criados, que es lo que eran; que la acción, que Mozart quiso situar en un palacio sevillano en pleno siglo XVIII, iba acompañada de un decorado que simulaba un palacio sevillano del siglo XVIII. Decía la acción "un jardín", y cuando se alzaba el telón contemplábamos un jardín, no una tela negra, no un biombo chino, no una escalera ni una plataforma postmodernas. Si era por la mañana, había luz de mañana; si era por la noche, cielo oscuro y luna llena. Insólito!!!
Como la ópera es una delicia -"una de las más perfectas, divertidas y teatrales de todos los tiempos" decía el programa de mano, y era verdad-, el argumento lleno de enredos mantenía la atención en todo momento, la música era prodigiosa y todos cantaban muy bien; y como a mi lado, mi amiga Ruthi compartía mi concepción de que tan importante es la música como la historia que te cuenta... pues fue una noche redonda.
Quisiera destacar una idea que es de Ruth: que la ópera contiene una reflexión sobre el amor humano en todas sus fases, en todas sus modalidades: el adolescente al que "le gustan todas" (Cherubino), el amor cómplice y acoplado de los que se conocen y se quieren y sólo sueñan ser uno (Susanna y Fígaro), el amor desengañado y dolorido de la condesa, el amor maduro de los que se descubren padres en la ancianidad y acuerdan envejecer juntos, sin más complicaciones -para las que ya no tienen tiempo.-
Y es que la historia parece superficial, pero no lo es. Divertida sí, muchísimo (tantos momentos el público entero nos reíamos, y sonaban risas de verdad, por contraste con esas enlatadas de las series de televisión), llena de encuentros y desencuentros, físicos y verbales, enredos de personas y de palabras. Pero Mozart con su música logra caracterizar personajes vivos, con personalidad y con pasado, con una historia que contar, cada uno, no simples comparsas del argumento. Y el argumento no es una sucesión de enredos sinsentido: aunque respete las convenciones de la ópera buffa, hay un tema claro, para mí, sobre el que versa la obra, y es el ingenio frente al poderoso, la astucia ("sed astutos como serpientes") que consigue que los sencillos defiendan lo suyo frente a quien desea apoderarse de todo, también de lo que no le pertenece, en un ansia de novedades creciente (esa escena del conde fascinado por los encantos nuevos de la mujer que es la suya pero él cree que es otra...).
El ingenio es encarnado por dos personajes, dos que están a punto de convertirse en uno, Fígaro y Susanna. En una complementariedad perfecta, sin pesar uno sobre otro, a lo largo de toda la obra van desplegando esa "manera de hacer" sutil, matizada, de los que se quieren. Pero la clave la dan enseguida, nada más comenzar la ópera: revisando la estancia que el conde les ha destinado, Susanna se ve obligada a desvelar al ingenuo Fígaro que hay dobles intenciones en tanta generosidad, que el conde está interesado en ella. Y entonces se muestra esa complementariedad maravillosa, porque Fígaro hace suyo el problema de inmediato (es un problema de los dos, claro) y se despiden recomendándose uno al otro que sean fuertes en aquello que flaquean. Él le dice, aún anonadado por la sorpresa: "coraggio, tesoro mío", y ella (un poco molesta porque él no se haya dado cuenta de nada hasta que ella se lo ha dicho): "y tú, cerebro."
La foto es del último acto, en el jardín. Lástima que no pueda trasladar al papel el olor que había en el teatro, parece que lo lograron poniendo extracto de azahar en el aire acondicionado...
¡Pero que clasiquita es mi Ana!
ResponderEliminarSiempre enredando con las escenografías y los vestuarios. ¡viva Hamlet en vaqueros!
Me encanta el post. Qué ganas de ir al Real. Y el comentario de Ruth me parece interesantísimo