Hacía años que rezaba para encontrar a una persona con la que compartir la vida. De casarse no le hacía ilusión el vestido ni el fiestón (o no principalmente) sino la aventura que suponía: dejar de vivir sola, empezar a vivirlo todo compartido. Le parecía que era una vida mejor, más grande, que cumplía lo que ella deseaba.
Muchos días leía el blog de aquel poeta, poco mayor que ella, que llevaba años felizmente casado pero rezaba para tener un hijo: entre líneas percibía su anhelo, que no se acallaba pero sí se iba volviendo confiado. Tal vez no conviniera... tal vez Dios tuviera otros planes. Aprendía ella también a confiar su anhelo a Otro, a veces no sabemos qué es lo mejor.
Un día, pasado el tiempo, leyó en el blog la convocatoria para la presentación del poemario en que él cantaba, agradecido, el nacimiento de su primer hijo. No pudo asistir: tenían cursillo prematrimonial ese día.
Preciosísimo... Me ha emocionado mucho, qué puedo decir.
ResponderEliminarTres veces alegría: por el hijo, por el compañero y por la evidencia de que las peticiones son siempre acogidas.
ResponderEliminarEsta certeza sosiega más el alma, que la resolución total de todísimas las penas.
Me llevo de aquí, este triplete de dichas Gracias¡¡
Yo también me alegro mucho.
ResponderEliminarY felicidades por la boda.
Gracias a los tres. Alegrarse con la alegría ajena me parece una maravilla tan admirable como la narrada... ¡Gracias!
ResponderEliminarFeliz Pascua, vivida como aventura compartida¡
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