Siempre llueve el día de San Isidro. El personal se enfada, pero no tiene razón: tantos siglos sacándole en procesión, haciéndole rogativas, a ver si llovía para las cosechas, y ahora que por fin le ha quedado claro que el mejor regalo que puede hacernos es la lluvia... nos enfadamos porque ya nadie cultiva nada en la ciudad que un día habitó, y luce orgullosa su patronazgo.
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