miércoles, 21 de julio de 2010

Nadie acabará con los libros


Me lo acababa de recomendar el editor con el que llevaba casi dos horas reunida, así que recién salida bajé al Corte Inglés de Ayala a por él. Miré la portada: no me gusta que el nombre de los autores aparezca en letras más grandes que el título, de por sí ese detalle dice mucho. En la mano, lo hojeé un rato (prueba infalible):

Diatribas contra la obra de los españoles en América, definición de San Pablo como el inventor del cristianismo, comparación de Jesús con Buda y desde luego, que lo que recogen los Evangelios casi seguro que no es lo que dijo Jesús, que la existencia de otros mundos habitados demostraría la falsedad del cristianismo (con un argumento tan inconsistente que da ganas de llorar, ¿y éste es "uno de los principales intelectuales del momento?"...)

Como no hay libro malo que no tenga algo bueno, salvo aquí las tres ideas salvables que he encontrado en 40 minutos de minuciosa exploración:

-"Nunca jamás se ha inventado un medio más eficaz, que yo sepa, para transmitir información. El ordenador, con todos sus gigas, tiene que conectarse de algún modo a un enchufe eléctrico. Con el libro este problema no existe. Lo repito. El libro es como la rueda. Una vez inventado, no se puede hacer nada mejor." (Umberto Eco en la página 109)

-Que en Francia es un éxito vender 200.000 ó 300.000 ejemplares de un libro, en Alemania hay que superar el millón de ejemplares para lo mismo, los tirajes (sic.) más bajos se hacen en Inglaterra, porque los ingleses prefieren tomar el libro prestado de las bibliotecas públicas (me lo creo) y que "Italia está justo antes que Ghana" en los índices de lectores (este comentario dolorido proviene, como no podía ser forma, de Umberto Eco, italiano), si bien es el país en el que se leen más revistas (lo que le ha venido muy bien, porque "El nombre de la rosa" se vendió con el diario "La República", llegando de esta forma a muchos más hogares).

-De Jean-Claude Carriere me quedo con la idea de "combatir el "efecto novedad" tan desagradable" que "nos obliga a leer un libro porque acaba de salir". Propone "¿por qué no guardarse el libro del que se habla y leerlo tres años después?" (página 227) y compara su biblioteca con su bodega... él compra vinos en primeur, esto es, que los compra el año de la cosecha y los recibe tres años después. Mientras, el productor lo conserva en barrica y lo embotella, y así él recibe el vino mejor que cuando salió, porque los vinos ganan con el tiempo. Igualmente su biblioteca está conformada, dice, no por todo lo que ha leído, sino por todo lo que podría leer en los próximos tres años...

Una idea muy sugerente, aunque creo que la biblioteca debiera estar conformada por aquello que uno ha leído y relee, o está a punto de leer, y no convertirse en un depósito de fósiles que uno no sabe si algún día podrá leer... Pero su idea nos salva de los remordimientos a los compradores compulsivos de libros: "No hace falta que lo leas... basta que lo tengas ahí por si quisieras leerlo un día".

En fin, esta compradora compulsiva ha hojeado con detenimiento el libro, lo ha sopesado y muy cuidadosamente ha vuelto a dejarlo sobre la mesa. Los libros que compre quiero leerlos y releerlos.

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