jueves, 19 de noviembre de 2009

Las doce en el reloj

Me habían hablado de él la semana pasada en la Asamblea de la UNE, en el último almuerzo. Fue su editor, naturalmente: se deshizo en elogios, y yo decidí buscarlo inmediatamente. El lunes recorrí tres librerías: no lo encontré en ninguna pero compré otros nueve libros. Me faltaba éste, no obstante.

Ayer pasé el día soñando con encontrarlo. A última hora me escapé a la librería Rafael Alberti, estaba segura de que allí lo tendrían. Lo malo: también estaba segura de que cerraban a las ocho, y eran casi menos cinco cuando yo daba vueltas frenéticamente por la zona, intentando aparcar sin éxito... a las ocho menos un minuto dejé el coche tirado en una esquina, con las luces de emergencia, y corrí calle arriba pidiendo un milagro, porque sabía a ciencia cierta que cerraban a las ocho...

Mi persistencia en pedir milagros se ve superada tan sólo por la persistencia de Otro en concedérmelos. A las ocho en punto entraba por una milagrosamente abierta puerta, con un cartel que indicaba que ésa era la hora de cierre... dentro, un montón de gente. Presentaban un libro ("El amigo del desierto", de Pablo d´Ors, en Anagrama) y una serenísima voz de hombre murmuraba algo así como que el desierto es imagen del infinito para el que estamos hechos...

Contagiada de paz, pregunté al hombre tras el mostrador por mi libro. "Está aquí", contestó, sacándolo del montón cercano, "lo he dado de alta precisamente esta mañana". También tenía la voz serena. "Precisamente" pasaban cinco minutos de las ocho cuando yo salía de la tienda con el libro apoyado contra el pecho.

4 comentarios:

  1. "Corrí calle arriba pidiendo un milagro" es una asombrosa hipálage o casi. También todo el texto es milagroso.

    Y el libro, ¿cuál era?

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  2. Qué pedazo de texto... Ya veo que enrique se me ha adelantado diciéndolo, pero ¡vayá!
    Te pongo en mi columna de cosas interesantes por la blogo esfera

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  3. Qué alegría me dan vuestros comentarios, y más porque son abrumadoramente inmerecidos.

    Gracias, Enrique. El libro era la "Contraelegía" de José Emilio Pacheco, no lo puse porque hasta que no lo lea no sabré si valió la pena tanto anhelo.

    Rocío, gracias por la generosidad del título que me has puesto en tu columna de cosas interesantes, y por ponerlo ahí. Por cierto que ayer me hablaron largo y muy bien de tus padres aquí, en el Ceu (que es donde trabajo).

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  4. Suena estupendamente el título. Y Pacheco es de los buenos. Como no te des prisa en comentarlo, no sé si podré esperar yo tampoco: siento el anhelo...

    Abrazo,
    E.

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