viernes, 21 de octubre de 2011

Un buen tío

Por lo demás, era buen tío. Leal, no un trepa de los que abundaban: podías desahogarte con él, criticar a algún jefe incluso, despotricar un rato... no te seguía, pero sabías que no te delataría nunca, que no usaría contra ti la información que le habías proporcionado en un rapto de ira, ni siquiera te haría bromitas cómplices para que supieras que sabía cosas que te comprometían, que seguía acordándose... No enmarronaba a otros con sus trabajos, trabajaba bastante rápido, de hecho, más que todos yo diría, sacaba más trabajo que ninguno del departamento, para ser sinceros. Y siempre de buen humor, contento, por la mañana le oían llegar silbando a la oficina, en lo que era el único. Apenas tomaba cafés, comía en su mesa de un tapper, pero participaba en las porras de fútbol, en la lotería de navidad, en todos los regalos que se hacían... y cuando Lorenzo estuvo de baja tantos meses fue de los pocos que le visitó, quizá el que con más frecuencia lo hizo.

Un buen tío. La única pega, su rareza esa de tener tantos hijos, nadie lo entendía. Su mujer no trabajaba, lo tuvo que dejar con el tercero o cuarto, claro, a quien se le ocurre tener tantos hijos hoy en día: que se han inventado cosas, tío, que no te enteras... las bromitas quedaban abortadas en cuanto se ponía serio, de las pocas veces que le habían visto ponerse serio. Pero a su espalda, quién las paraba: debe ser un infierno la casa de... con tanto niño, no me quiero ni imaginar el ruido que tienen allí... "y su mujer como una esclava, todo el día encerrada en su casa": ése era el comentario recurrente de las dos únicas directivas de la empresa, sobre todo a partir de las ocho o nueve de la noche, encerradas en el despacho que compartían.

Tantos años trabajando como el que más y ni un miserable ascenso. Los primeros años sí, pero luego... Su compañero de despacho, Sánchez, le profesaba un afecto sincero, acaso el que más en toda la oficina. No sabía cómo decírselo: los de Recursos Humanos pasaban por las mesas a última hora de la tarde, las ocho, las nueve, las diez incluso. Ahí eran las conversaciones aparentemente intrascendentes, las valoraciones, las peticiones... ahí uno podía dejar caer lo que le interesaba, lo que esperaba, irse haciendo "amigo", hasta conseguir algo. Pero a esa hora, ya hacía tiempo que había salido de la oficina. Trabajaba como el que más, sí, pero no se quedaba ni un minuto fuera de horario:
-"Tal vez, si te quedaras un poco más en la oficina... A partir de las siete, aquí, empieza lo bueno."
No recibió ni una mirada de duda, como respuesta:
-"Pero qué dices, Sánchez... lo bueno ha empezado antes de las siete, y en mi casa."

2 comentarios:

  1. ¡¡Gracias, Rocío!! Te leo siempre pero no dejo comentarios, aunque muchas veces me quedo con ganas, tanto me gusta todo lo que escribes.

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