Envidia de esos hombres que van al mediodía con una barra de pan debajo del brazo y silbando.
Alguien les espera en casa, por eso están contentos -el mantel puesto y el guiso humeante- y ellos llevan, muy literalmente, el pan de cada día a casa, y son alegres cooperadores del que sabe más que nosotros. Y si la jornada laboral no ha terminado, hay al menos un reconfortante parón, y puede que una siesta.
Nostalgia de unos tiempos más humanos.
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